El asombro: nuestra brújula secreta

Redescubrí el asombro como motor de creatividad, una forma de mirar el mundo que transforma la rutina en una experiencia vibrante.

¿Cuándo fue la última vez que te asombraste?

En un mundo que avanza a toda velocidad, donde la rutina y la eficiencia parecen ser las principales coordenadas de nuestra vida, ¿alguna vez te detuviste a pensar en el asombro?

El asombro no es un lujo, sino una necesidad vital. Es esa grieta en la rutina donde lo ordinario se vuelve extraordinario, donde nuestro cerebro se detiene, suspendido entre la sorpresa y la maravilla. Es la sensación de que la realidad se estira más allá de lo conocido, como cuando un niño descubre por primera vez el brillo de una luciérnaga o el sonido del mar.

Rachel Carson, en «El sentido del asombro«, nos recuerda que esta capacidad es innata en los niños, pero los adultos, inmersos en la inercia de lo cotidiano, solemos perderla. Sin embargo, aún podemos recuperarla. Porque el asombro no es solo la antesala del conocimiento, sino también un portal hacia la creatividad y la innovación. 

Mano que sostiene los libros "El poder del asombro" y "El sentido del asombro" frente a una pared blanca

Libros sobre el asombro

Mirar con ojos nuevos

Katrin Sandberg y Sara Hammarkrantz, en «El poder del asombro«, lo describen como una forma de desmontar los límites autoimpuestos. Cuando nos permitimos asombrarnos, desactivamos los patrones rígidos de pensamiento y abrimos la puerta a nuevas posibilidades. Es en ese instante de suspensión, cuando lo conocido se quiebra, que la creatividad encuentra su mejor terreno para florecer.

No se trata de buscar lo espectacular, sino de recuperar esa mirada infantil que tenemos guardada en algún cajón de la memoria. Esa capacidad de ver el mundo como si fuera la primera vez, sin prejuicios, sin la pesada mochila de lo que ya conocemos.

Hay que entrenar la mirada para ver lo extraordinario en lo cotidiano. Un mate servido con paciencia, la luz filtrándose entre las hojas de un árbol, el canto de un gorrión en plena ciudad. Todo puede convertirse en una puerta al asombro si nos detenemos a observar con atención verdadera.

 

En un mundo que nos bombardea con información, donde todo parece ya visto y procesado, cultivar el asombro es casi un acto de rebeldía. Es decir: «Acá estoy, y todavía puedo sorprenderme, me niego a aceptar que el mundo perdió su magia». Es mantener viva esa chispa de curiosidad que nos hace seguir preguntándonos, investigando, creando.

Encender la chispa

El asombro no es pasividad. Es un estado de alerta creativa, una disposición a ser atravesados por la maravilla constante que nos rodea, es la brújula secreta que nos recuerda que la vida no es un manual para completar, sino una aventura para experimentar.

Quizás sea hora de bajar un cambio, de mirar con otros ojos, de observar un árbol, de mirar de cerca una flor, de permitirnos ese lujo aparentemente improductivo pero esencialmente vital: asombrarnos. Porque al final, asombrarse es simplemente otra forma de estar vivos, de mantenernos conectados con la maravilla constante que nos rodea.